Oración a Santo Tomás de Aquino para después de comulgar

En tiempos donde el ruido del mundo ahoga las voces internas, es fundamental hacer una pausa y buscar la conexión divina. La espiritualidad ha sido, desde tiempos inmemoriales, el refugio de las almas en busca de significado y propósito. En esta era moderna, donde la velocidad y el ajetreo nos consumen, es aún más necesario reencontrarnos con esa chispa divina que reside en nosotros.

No es solo una cuestión de fe, sino también de autodescubrimiento y reconexión. Las palabras que pronunciamos en oración no son meras frases; son el eco de nuestro ser, el reflejo de nuestros anhelos más profundos y las inquietudes que albergamos en nuestro corazón. La oración es el puente que nos conecta con lo divino, un diálogo íntimo con el Creador.

A continuación, te presento una oración, fruto de la introspección y la devoción. Es una manifestación de gratitud, de humildad, y sobre todo, de amor hacia el Todopoderoso.

 

Con profunda reverencia
Y humildad en mi recinto,
Pronuncié, con consecuencia,
Una oración de labios limpios.

 

Oh Señor Santo, Padre eterno,
Dios Todopoderoso en el infinito,
En cuya magnitud, siempre fraterno,
Todo se halla, todo es escrito.

 

Con un corazón agradecido
Te exalto, sin límite y sin límite.
A pesar de mis errores cometidos,
En tu gracia, siempre me invites.

 

Has elegido derramar
Sobre mí, indigno siervo y falto,
El regalo de la comunión, sin cesar,
De tu Hijo, en el altar alto.

 

Un misterio que supera mi pensar,
Pero en el alma se siente tanto.
Como un cálido abrazo, sin pesar,
Como una promesa, sin quebranto.

 

Ante este acto de amor inconmensurable,
Imploro que esta comunión tan estable
No sea castigo, sino intercesión notable,
Un puente hacia el perdón, inquebrantable.

 

Que sea bálsamo, escudo y refugio,
Contra debilidades y tentaciones múltiples,
Que fortalezca mi fe, en este testigo,
Y erradique la iniquidad, sin obstáculos.

 

Aspiro a una conexión perpetua contigo,
Deseo que mi alma encuentre abrigo,
Que esta comunión sea el testigo,
De una vida y muerte con sentido.

 

Cuando mi tiempo en la tierra culmine,
Te suplico, Señor, que me combines,
En ese banquete celestial, que me inclines,
Donde el gozo es eterno y el amor no termine.

 

Que esta oración no sea solo palabra,
Sino compromiso, amor y alabanza.
Todo esto, por Cristo, nuestra jarra,
Nuestro Señor.

 

En este momento de reflexión y amor,
El tiempo parece detener su dolor.
La gratitud llena mi ser con fervor,
En la presencia del Señor, con calor. Amén.

 

Después de este profundo acto de comunión con lo divino, emerge en nosotros una transformación. Una renovación espiritual que nos permite ver con claridad, sentir con mayor intensidad y amar con un corazón puro. La oración nos brinda esa serenidad y equilibrio necesarios para enfrentar los desafíos que la vida nos presenta.

Es esencial recordar que, aunque estamos en este mundo, no somos de él. Somos seres espirituales teniendo una experiencia humana. Y mientras caminamos por este sendero terrenal, nuestras oraciones son la brújula que nos guía, el faro que ilumina nuestra travesía, y la fuente inagotable de fuerza y consuelo.

Que cada palabra pronunciada, cada pensamiento y cada acción, sean un reflejo de esa conexión divina. Que nuestras vidas sean testimonio del amor y la gracia que hemos recibido. Y que, a través de esta oración, encuentres también tú el camino hacia el corazón del Creador.

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