Oración de San Francisco de Asís para la paz

En la vastedad del universo, entre las innumerables estrellas y planetas, existe un rincón especial: nuestra Tierra. Aquí, en este pequeño oasis azul, se encuentran almas que buscan conexión, significado y propósito. Estas almas, a menudo perdidas en la inmensidad del mundo material, buscan un faro que las guíe a través de la oscuridad.

La humanidad, con su eterna búsqueda de entendimiento, ha encontrado consuelo en la fe y la esperanza que provienen de una entidad divina. El anhelo de entender, amar y ser amado, y encontrar propósito en medio del caos, ha llevado a muchos a postrarse y orar. Esta oración no es solo un ruego, sino también una declaración de intenciones, un compromiso hacia un camino más elevado.


Bajo la brisa que acaricia
la tierra y los corazones
de los mortales, se escucha
un susurro eterno:
"Haz de mí un reflejo
de tu divina armonía,
oh Señor.
Un instrumento que, en cada rincón
oscurecido por el pesar,
pueda llevar tu inmaculada paz."

 

Allí, en el vasto mar
de las almas humanas,
donde a veces se esconde el odio,
permíteme plantar semillas de amor.
En esos campos donde la ofensa
marca la tierra, déjame ser
el viento que disipa el rencor,
llevando consigo el dulce aroma
del perdón.

 

Y en esos valles donde la discordia
crea grietas, haz que sea
el puente de unión, uniendo las
orillas del desacuerdo.
No obstante, en la inmensidad
de este mundo, es común hallar errores
que oscurecen el camino de muchos.
Oh Divino Arquitecto, permíteme ser
la antorcha que ilumina con verdad
esos senderos.

 

En medio de la tempestad de la vida,
cuando el ruido del mundo ensordece
y las distracciones desvían nuestra mirada,
aspiro a ser ese remanso de quietud
donde las almas puedan reencontrarse contigo,
oh Señor.

En cada gesto, en cada palabra
y en cada mirada, que se refleje
tu infinita bondad, llevando esperanza
a los corazones desolados y encendiendo
la chispa divina en aquellos que han olvidado tu amor.

 

Oh Divino Creador, en los días de alegría
y en los de tribulación, que nunca olvide
mi propósito sagrado en esta tierra.
Que pueda ver en cada rostro a un hermano
o hermana, en cada lágrima una oportunidad
para consolar y en cada sonrisa una bendición compartida.
Haz de mí, Señor, un testimonio viviente
de tu gracia, y que, a través de mi vida,
otros encuentren el camino hacia Ti.

 

En tu nombre, Señor, me sumerjo en reflexión,
esperando que mis acciones sean testimonio
de tu enseñanza divina y luz en el camino.
En mis horas más oscuras, cuando el mundo
parece desvanecerse, es tu amor inmutable
el que me sostiene.

A medida que el sol se pone y un nuevo día nace,
mi fe en ti se renueva, recordándome
que estoy aquí por una razón divina.
Ayúdame a ser una guía para los perdidos,
un consuelo para los afligidos, y una voz
de esperanza en la desesperación.

 

Mientras recorro este viaje terrenal,
mi corazón arde con un deseo ferviente:
estar siempre en sintonía con tu voluntad,
oh Señor.

Que cada paso que dé, cada palabra que hable,
y cada acto que realice, sea un reflejo
de tu amor eterno.

Así, cuando llegue el día de mi partida,
pueda unirme a ti en tu reino celestial,
donde el amor, la paz y la alegría son eternos.
Amén.

 

A medida que las palabras de esta oración resuenan en el vasto espacio de nuestro ser, es crucial recordar que no estamos solos en este viaje. Cada paso, cada desafío y cada victoria son testimonios del inmenso amor divino que nos rodea, guiándonos hacia un propósito más grande que nosotros mismos.

Que cada alma que lea y reflexione sobre estas palabras encuentre consuelo, dirección y esperanza. Que esta oración sirva como un recordatorio constante de nuestra misión en este mundo: ser reflejos del amor divino, ser puentes de unión y ser faros de luz en la oscuridad. Con fe y determinación, continuemos nuestro viaje espiritual, sabiendo que estamos eternamente acompañados.

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