Oración a San Patricio para alejar personas dañinas

En este momento sagrado, me detengo para meditar, para encontrar el espacio donde mi espíritu se conecta con lo divino. En este silencio, siento la presencia reconfortante de lo que está más allá de nuestro entendimiento humano, la magnitud del amor de Dios.

Nos encontramos constantemente en la búsqueda de respuestas, en la necesidad de entender el propósito de nuestra existencia. Pero, en este instante, me doy cuenta de que la verdadera sabiduría reside en la capacidad de rendirse, de confiar plenamente en el plan divino. Cada batalla, cada prueba, cada lágrima derramada es parte de un diseño más grande que no siempre comprendemos.

En la inmensidad del universo, cada estrella, cada galaxia, tiene su lugar, su propósito. Así, nosotros, como parte de esta creación, también tenemos un rol en esta historia. Antes de sumergirme en esta oración, deseo reconocer la belleza de este viaje y la gracia con la que cada uno de nosotros ha sido bendecido. Nos preparamos para expresar nuestra fe, para rendirnos ante el amor divino.

 

Con el corazón inundado
de gratitud y humildad,
me presento ante ti,
oh Padre Amado.

 

Es conocido que quien
se refugia en el secreto
de la intimidad con el Señor,
será exaltado en lugares públicos.

 

Las escrituras nos enseñan
que quien sigue tus preceptos
estará resguardado de todo mal,
que ninguna calamidad tocará su morada.

 

Aun así, he sentido la mirada afilada
de aquellos que, bajo el sol brillante,
traman mi caída, regocijándose
en mis aflicciones.

 

Confunden mis pruebas divinas
con debilidades terrenales,
codician lo que poseo,
anhelan cada rincón de mi vida.

 

Desde mi familia hasta
mis más preciadas bendiciones.
Pero, me aferro a la promesa
que me da esperanza renovada.

 

Por eso, imploro a ti, San Patricio,
que seas mi escudo y refugio,
contra toda adversidad y envidia
que intente apoderarse de mí.

 

Me envuelvo en la invocación
de la Trinidad poderosa,
confiando en las tres divinas personas,
proclamando la unidad del Creador.

 

Celebro la fuerza de Cristo
en su bautismo, crucifixión y resurrección,
y me preparo para su retorno,
en el juicio que juzgará al mundo.

 

Cada día, me levanto con fe,
respaldado por la omnipotencia de Dios,
quien guía mis pasos y escucha
mis súplicas en todo momento.

 

Rodeado de la luz del sol,
el brillo de la luna, y el fuego resplandeciente,
ato a mí la firmeza de la tierra,
y la inmensidad del mar azul.

 

Clamo al amor de querubines,
a la obediencia de ángeles celestiales,
y al servicio de arcángeles divinos,
para que me protejan contra todo mal.

 

Es mi petición ferviente,
que cualquier daño sea rechazado,
y que el manto de Dios me proteja,
de tentaciones y redes del demonio.

 

Confío en que Cristo esté en mí,
y a mi alrededor, siendo mi defensa,
ante todo veneno de injusticia,
y cualquier malicia que busque acecharme.

 

Pido que su presencia sea palpable,
en el corazón de quienes me rodean,
que solo se hable de mí con verdad,
y que cualquier espíritu maligno sea expulsado.

 

Finalmente, con humildad profunda,
suplico que mi ser irradie bondad,
que mi espíritu se llene de bendiciones,
y las disperse allá donde vaya.

 

Que mi corazón brille con comprensión,
y paz, y que mis palabras sean edificantes,
porque, con la fuerza de Cristo,
ordeno alejar todo espíritu malintencionado.

 

Confío en la intervención divina,
y en que serán desterrados a las tinieblas,
hoy y siempre, me alzo con fe,
esperanza, y amor. Amén.

 

La oración es el refugio del alma, un puente que nos conecta con el infinito. A través de las palabras, vertimos nuestras esperanzas, miedos, y anhelos, sabiendo que son escuchadas por una entidad mayor que nos. En este rito sagrado, hemos buscado la guía, la protección y la sabiduría divina para enfrentar los desafíos de la vida.

Cada palabra pronunciada no es solo un eco en el vacío, sino una declaración de nuestra fe, un testimonio de nuestra confianza en el Creador. Y aunque las tempestades de la vida puedan azotar con fuerza, sabemos que no estamos solos en esta travesía. Que la presencia divina nos rodea, nos protege y nos guía.

Que esta oración no sea simplemente un conjunto de palabras, sino un compromiso renovado de vivir con propósito, con amor, con fe. Que cada día, al despertar, recordemos la gracia de estar vivos, y la responsabilidad de ser luces en medio de la oscuridad. Agradecidos por este momento sagrado, marchamos adelante, fortalecidos en espíritu y en verdad.

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