Oración a San Agustín sobre la muerte

En la solemnidad de la fe y la devoción, nos postramos ante la divina presencia de San Agustín y los seres celestiales. En esta oración, buscamos el consuelo y la fortaleza divina para enfrentar el profundo dolor que llena nuestros corazones. En medio de la tristeza y el vacío que la partida de nuestro ser amado ha dejado en nuestras vidas, recurrimos a la intercesión de San Agustín, un fiel siervo de Dios cuya fe dejó un legado de amor y paz.

A lo largo de estas palabras, encontraremos refugio en la esperanza de que la muerte no es el final, sino un tránsito hacia una vida eterna llena de luz y amor. En el nombre de San Agustín, aquel que ha cruzado a la habitación de al lado, continuaremos compartiendo el amor divino en este mundo y mantendremos vivo el recuerdo de aquellos a quienes hemos perdido. Encomendamos nuestras almas a la gracia de Dios y a la guía de San Agustín mientras nos sumergimos en esta plegaria.

En los cielos, te pedimos, Gran San Agustín,
que escuches nuestra oración. Poderoso San Agustín,
tu amor abrazó gran parte de nuestra fe en Dios,
dejando un legado de amor y paz.

 

Ayúdame a encontrar las fuerzas necesarias
para afrontar este gran dolor.
Borra mis lágrimas y consuélame,
porque de este momento en adelante,
enfrentaré un gran vacío
que solo Dios podrá llenar con su amor y ternura.

 

Mi mundo se desmorona, el llanto y la tristeza me envuelven,
mi mirada refleja el dolor. Mi mente aún no asimila esta realidad.
Desearía que todo esto fuera un sueño del que pudiera despertar,
para volver a ver a esa persona y sonreír a su lado.

 

Pero mis fuerzas se desvanecen con el pasar de los días,
y mis sueños forman parte de esta horrible pesadilla.

 

Es desgarrador verlo aquí, en un lugar
donde solo puedo llevar flores y rosas,
pero no puedo abrazar, tocar ni sentirte vivo.
Te has ido, y no sé por qué razón.
Ahora solo le pido a Dios que ilumine
y me ayude a encontrar la paz.

 

San Agustín, ayúdame a superar este dolor.
No quiero seguir llorando, pero parece
que el dolor es interminable, recorriendo mi alma.

 

Amado Señor, quita de mí la tristeza, quita de mí el dolor.
Fortaléceme en esta desgracia, porque no puedo hacerlo solo.
Puede que llegue a pensar que la vida ha sido injusta conmigo,
que se ha llevado lo que más amaba, a quien compartió
los mejores momentos a mi lado.

 

Pero sé que puedo estar en paz, porque Dios me ha prometido
que si le obedezco y le sirvo como siervo fiel, volveré a verla.

 

San Agustín, siervo de Dios, te doy las gracias
por consolarme, por poner una palabra de esperanza en mi corazón.

 

La muerte no es nada, San Agustín.
Solo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, y tú eres tú. Lo que éramos el uno para el otro,
lo seguimos siendo. Llámame por el nombre que siempre me has llamado,
háblame como siempre lo has hecho. 

 

La vida es lo que siempre ha sido, el hilo no se ha cortado,
porque ¿por qué estaría yo fuera de tu mente
simplemente porque estoy fuera de tu vista?
Te espero, no estoy lejos, justo al otro lado del camino.
Todo va bien, así que no llores, porque si me amas, también estaré contigo.

 

Oh, San Agustín, si pudieras conocer el don de Dios y lo que es el cielo.
Si pudieras escuchar el cántico de los ángeles y verme entre ellos.
Si pudieras contemplar la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen.

 

Cree, cuando la muerte rompa tus ligaduras,
como lo hizo con las mías, que un día, fijado por Dios,
encontrarás mi alma en este cielo que él ha prometido.
Volverás a ver a aquel que te amaba y que siempre te amará.

 

Encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme, transfigurado y feliz,
avanzando contigo por los senderos nuevos de la luz
y bebiendo el néctar de la vida eterna a los pies de Dios. Amén.

 

En el cierre de esta oración, encontramos consuelo en la certeza de que Dios ha oído nuestras súplicas y que San Agustín, desde su morada celestial, intercede por nosotros. La paz que buscamos, la fuerza que necesitamos y la esperanza que nos sostiene están firmemente arraigadas en nuestra fe. Encomendamos a aquellos que hemos perdido a la misericordia de Dios, confiando en que un día nos reuniremos en la gloria celestial.

Que las palabras de San Agustín, resonando en nuestro interior, nos inspiren a continuar nuestra jornada con amor y gratitud. En la senda iluminada por la fe, avanzaremos juntos hacia los senderos luminosos de la eternidad, donde nuestras almas se encontrarán con aquellos que amamos. Amén.

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