Oración a la coraza de San Patricio

En un mundo donde el ruido constante puede ahogar la voz del Divino, es vital pausar y sintonizar nuestra alma con el llamado eterno del Cielo. Cada ser humano, en su esencia, busca el refugio y el consuelo de un poder superior. Nos inclinamos hacia una fuerza que trasciende nuestra existencia finita.

Desde tiempos inmemoriales, hemos alzado nuestras manos y elevado nuestras oraciones al firmamento, buscando respuestas, buscando paz. Esta oración es un intento humilde de conectarnos con esa divinidad, de sumergirnos en el abrazo del Señor, y de reafirmar nuestra fe en su omnipresencia y omnipotencia.

 

Hoy, me envuelvo en el manto
de la fe, reconociendo a las
tres divinas personas
y confesando la unidad del Creador,
el Señor de todo el universo.

 

Al alba y al ocaso, me levanto
y me protejo con la fuerza
invocada de Jesucristo,
nacido en Belén de Judá,
hijo de la siempre virgen María.

 

Abrazo la potencia de su bautismo,
la profundidad de su crucifixión,
y la gloria de su resurrección y ascensión,
esperando su regreso en la Parusía
para administrar justicia.

 

Me rodeo de la luz celestial,
el fulgor del sol, la serenidad
de la luna y el resplandor del fuego.
Me protejo con la rapidez del rayo,
el soplo del viento, la profundidad del mar
y la firmeza de la tierra.

 

La roca es mi cimiento,
y la Santísima Trinidad, mi guía
en esta peregrinación terrenal.
Con la mirada en alto,
encuentro fortaleza en el amor
de los santos querubines,

en la obediencia de los ángeles
y en el servicio de los arcángeles,
especialmente San Gabriel y San Rafael.

Me resguardo con las oraciones
de los patriarcas, inspirado
por las visiones de los profetas
y fortalecido por la predicación
de los apóstoles.

 

Recuerdo el valor de los mártires,
la pureza de las vírgenes
y la determinación de los confesores
de la fe.
María, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa
del Espíritu Santo, con su pureza virginal,
es mi escudo contra las adversidades.

 

Me resguardo de las falacias
de los falsos profetas,
de los encantos de la magia
y de las maldiciones pronunciadas en mi contra.
Invoco a Jesucristo, verdadero Dios y hombre,

para que me proteja de todo daño.

 

Que la luz del Salvador ilumine
los rincones oscuros de mi mente
y disipe las sombras de duda y temor.
Como el faro guía a los marineros
perdidos en la vastedad del océano,

que la palabra de Dios sea mi guía constante,
llevándome siempre hacia el camino
de la verdad, la bondad y la eterna salvación. Amén.

 

Al concluir esta súplica, no solo hemos expresado nuestros deseos más profundos, sino que también hemos tejido un puente entre nuestra existencia terrenal y el divino cosmos. Nos recordamos a nosotros mismos la importancia de mantener la fe, de recordar la luz incluso en los tiempos más oscuros, y de mantener nuestra alma anclada al propósito divino.

Que cada palabra resonante de esta oración sirva como un faro en nuestro viaje espiritual, iluminando nuestro camino y guiándonos hacia una relación más profunda y enriquecedora con el Todopoderoso. Y mientras seguimos adelante, recordemos siempre que somos amados, guiados y protegidos por el amor infinito de Dios.

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