Oracion a San Pedro para abrir caminos
La espiritualidad y la devoción no son meros conceptos, sino fuertes pilares que sostienen el alma del creyente. El compromiso inquebrantable con la fe es una luz constante en la oscuridad, un refugio en medio de la tempestad.
A través de las sagradas escrituras, hemos aprendido sobre la fortaleza y la dedicación de aquellos que caminaron antes que nosotros. San Pedro, a quien se le confiaron las llaves del Reino de Dios, y San Pablo, el apóstol transformado por el amor divino, son ejemplos resplandecientes de cómo el compromiso y la devoción pueden guiarnos hacia un propósito más grande.
Este poema, que evoca con fervor la presencia y guía de estos santos, busca reafirmar esa fe inquebrantable y recordarnos la importancia de mantenernos firmes en nuestro camino espiritual, especialmente cuando las adversidades amenazan con desviarnos.
Querido San Pedro, deseo que su espíritu,
poderoso y protector,
se vierta sobre mí,
en cada acción y sector.
Dotándome de capacidad,
para abrir senderos nuevos,
que por la vida o enemigos,
parecen estar ensombrecidos.
Mi corazón, embriagado
de amor y confianza en Dios,
conoce que Su mirada
escucha y siente sin reloj.
Por medio de la gracia
que Cristo nos regala día a día,
me acerco con humildad
al Padre, en sincera armonía.
San Pedro, tú que anduviste
junto a Jesús, en cada ruta,
cuya sombra curaba y protegía,
te invoco en esta lucha.
La vida presenta desafíos,
y en ese sendero accidentado,
busco tu amparo, San Pedro,
a mi lado, siempre apegado.
En tiempos oscuros y densos,
cuando el peligro es cercano,
que tu sombra divina sea
la barrera, mi escudo temprano.
Así como recibiste llaves
del Reino de Dios y su sal,
te pido que uses esa llave,
para guiar mi paso sin cesar.
No solo a ti, San Pedro,
también a ti, San Pablo fiel,
de perseguidor a predicador,
guía mis acciones con papel.
Enséñame a alejarme
de mentiras y envidias aquí,
y a llenar mi vida de amor,
sin falsedades, solo para ti.
Gloriosos apóstoles,
testigos de palabra celestial,
desde el cielo, con alegría,
intercedan por mí, es esencial.
Anhelo caminar con firmeza
y pasión, hacia bienaventuranza,
con la cercanía de Jesús,
mi alma nunca se cansa.
Este viaje, personal y cierto,
no es solitario, es compartido,
con la Virgen María y ustedes,
mi camino es decidido.
Que ella presente mis súplicas,
al trono de Dios, en verdad,
busco guía divina en esta vida,
con propósito, fe y libertad.
Encomiendo mi espíritu,
mis anhelos, mis necesidades,
a ustedes, santos patrones,
y a Dios, en todas las edades.
Que cada paso que dé
esté impregnado de gracia,
y cada desafío se transforme
en amor y fe, sin falacia.
Por todo ello, en el nombre
del Padre, Hijo y Espíritu Santo,
con esperanza divina,
digo: Amén, sin quebranto.
La oración, en su esencia más pura, es una conversación directa con el Divino. Es a través de este diálogo que buscamos orientación, fuerza y consuelo. Las palabras expresadas en este poema reflejan no sólo una petición, sino también una declaración de fe y una promesa de compromiso.
Que cada palabra resuene en el corazón de quienes la leen y sirva como un recordatorio de la infinita gracia y amor que Dios tiene para con nosotros. En tiempos de incertidumbre, es vital recordar a aquellos que, con su ejemplo y enseñanzas, iluminan nuestro camino hacia el propósito divino.
Finalmente, con humildad y gratitud, debemos continuar buscando esa conexión profunda con la Divinidad, entendiendo que, aunque nuestros caminos puedan ser distintos, todos conducen al amor y la gracia eterna de Dios.
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